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dimarts, 29 de juny del 2010

DESPUÉS DEL HUMO NEGRO

"Después del humo negro..." escuchaba a través de los altavoces de su Ipod mientras los pies avanzaban a ritmo rápido por el sendero del bosque. Cuando llegó a la esplanada que buscaba, sacó el pico y la pala que llevaba encima y empezó a cavar con ímpetu. Cada palada iba acompañada de un soplido por el que se le escapaban todas las palabras que había dejado de decir por prudencia. Ahora, lejos de los barrotes que construyen los silencios ajinos, corrían libres sin preocuparse por el qué dirán. Una vez hubo cavado suficiente hondo como para enterrar al mayor de los enemigos mordaces, sacó de su mochila todos los perdones que tenía almacenados repitiéndoselos a lo largo de su vida y que la seguían como una sombra depredadora: cuando de bien pequeña su torpeza casi hace que atropellen a su amiga; sus peleas continuas con los niños del barrio que a más de uno le había costado un buen morado; el día que su abuela murió y ella no estaba allí para decirle adiós; cuando el amor ávido en pasiones le hace enamorarse del novio de su mejor amiga, o cuando otros amores aparecen en fila india o solapándose y la vida le va llevando de aquí para allá o a veces a ninguna parte o incluso al castillo de irás y no volverás; el día que mira a sus hijos y se pregunta qué recordarán de ella cuando ya no esté... y también, tequieros que no se ha atrevido a pronunciar, ecos de tambores que suenan siempre en las noches en vela cuando crees que sin querer has fallado a alguien... Guardó tantos perdones que el agujero se llenó hasta arriba.
Mientras allanaba con la pala la superficie de la tierra removida, imaginándoselos allá debajo, estériles, iba repitiéndose "basta ya de pedir perdón por todo. Basta ya." Recogió sus cosas y echó a andar con decisión. En ese momento notó algo bajo sus pies. Miró y contempló el rostro de alguien a través del paso del tiempo y se reconoció en esos ojos hechos pregunta. Qué complicado que hacemos todo, parecía que exabruptaran desde la última candidez perdida. Se agachó a recoger ese perdón olvidado y como si fuera un recién nacido lo meció entre sus brazos y mirándolo con la amorosidad que da la aceptación de uno mismo y de lo que nos rodea, se permitió perdonarse y desapareció.

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