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dissabte, 28 de desembre del 2013

POEMAS DE JOSÉ HIERRO

Canta, me dices. Y yo canto.
¿Cómo callar? Mi boca es tuya.
Rompo contento mis amarras,
Dejo que el mundo se me funda.
Sueña, me dices. Y yo sueño.
¡Ojalá no soñara nunca!
No recordarte, no mirarte,
No nadar por aguas profundas,
No saltar los puentes del tiempo
Hacia un pasado que me abruma,
No desgarrar ya más mi carne
Por los zarzales, en tu busca.
Canta, me dices. Yo te canto
A ti, dormida, fresca y única,
Con tus ciudades en racimos,
Como palomas sucias,
Como gaviotas perezosas
Que hacen sus nidos en la lluvia,
Con nuestros cuerpos que a ti vuelven
Como a una madre verde y húmeda.
Eras de vientos y de otoños,
Eras de agrio sabor a frutas,
Eras de playas y de nieblas,
De mar reposando en la bruma,
De campos y albas ciudades,
Con un gran corazón de música.
Con las piedras, con el viento
Hablo de mi reino.
Mi reino vivirá mientras
Estén verdes mis recuerdos.
Cómo se pueden venir
Nuestras murallas al suelo.
Cómo se puede no hablar
De todo aquello.
El viento no escucha. No
Escuchan las piedras, pero
Hay que hablar, comunicar,
Con las piedras, con el viento.
Hay que no sentirse solo.
Compañía presta el eco.
El atormentado grita
Su amargura en el desierto.
Hay que desendemoniarse,
Liberarse de su peso.
Quien no responde, parece
Que nos entiende,
Con las piedras, con el viento.
Se exprime así el alma. Así
Se libra de su veneno.
Descansa, comunicando
Con las piedras, con el viento.

Por más que intente al despedirme
Guardarte entero en mi recinto
De soledad, por más que quiera
Beber tus ojos infinitos,
Tus largas tardes plateadas,
Tu vasto gesto, gris y frío,
Sé que al volver a tus orillas
Nos sentiremos muy distintos.
Nunca jamás volveré a verte
Con estos ojos que hoy te miro.
Este perfume de manzanas,
¿De dónde viene? ¡Oh sueño mío,
Mar mío! ¡Fúndeme, despójame
De mi carne, de mi vestido
Mortal! ¡Olvídame en la arena,
Y sea yo también un hijo
Más, un caudal de agua serena
Que vuelve a ti, a su salino
Nacimiento, a vivir tu vida
Como el más triste de los ríos!
Ramos frescos de espuma... Barcas
Soñolientas y vagas. Niños
Rebañando la miel poniente
Del sol. ¡Qué nuevo y fresco y limpio
El mundo! Nace cada día
Del mar, recorre los caminos
Que rodean mi alma, y corre
A esconderse bajo el sombrío,
Lúgubre aceite de la noche;
Vuelve a su origen y principio.
¡Y que ahora tenga que dejarte
Para emprender otro camino!
Por más que intente al despedirme
Llevar tu imagen, mar, conmigo;
Por más que quiera traspasarte,
Fijarte, exacto, en mis sentidos;
Por más que busque tus cadenas
Para negarme a mi destino,
Yo sé que pronto estará rota
Tu malla gris de tenues hilos.
Nunca jamás volveré a verte
Con estos ojos que hoy te miro.
Como la rosa: nunca
Te empañe un pensamiento.
No es para ti la vida
Que te nace de dentro.
Hermosura que tenga
Su ayer en su momento.
Que en sólo tu apariencia
Se guarde tu secreto.
Pasados no te brinden
Su inquietante misterio.
Recuerdos no te nublen
El cristal de tus sueños.
Cómo puede ser bella
Flor que tiene recuerdos.

Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.
Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.
Que tú me entendieras a mí sin palabras
Como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.
Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte,
Hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no comprendes.
Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el Sol invisible,
La pasión con que dora la tierra sus frutos calientes.
Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.
Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve.
Yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma,
Yo quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase y te hiriese.
Criatura también de alegría quisiera que fueras,
Criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte.
Si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades perdidas
Y llorar en sus calles oscuras sintiéndote débil,
Y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros,
Y sentirte hecho de aire y de nube y de hierba muy verde...
Si ahora yo te dijera
Que es tu vida esa roca en que rompe la ola,
La flor misma que vibra y se llena de azul bajo el claro nordeste,
Aquel hombre que va por el campo nocturno llevando una antorcha,
Aquel niño que azota la mar con su mano inocente...
Si yo te dijera estas cosas, amigo,
¿Qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente,
Qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos?
Y, ¿cómo saber si me entiendes?
¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?
¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?
¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la Luna,
Poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?
Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses.
Después de todo, todo ha sido nada,
A pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
Supe que todo no era más que nada.
Grito ¡Todo!, y el eco dice ¡Nada!
Grito ¡Nada!, y el eco dice ¡Todo!
Ahora sé que la nada lo era todo.
Y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
Y que, en definitiva, era la nada).
Qué más da que la nada fuera nada
Si más nada será, después de todo,
Después de tanto todo para nada.


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