Recoger tu voz del olvido para traer el día al duermevela de la mañana.
Dudar de si el tiempo se detuvo o sencillamente despareció.
Anudar tus huellas en los dedos de mi mano para que las ráfagas del viento no las borre.
Embestir la mañana como quien sale al Coliseo sin más armas que la curiosidad por lo incierto.
Asistir a las derrotas con dulce de leche para embadurnarlas hasta dibujarles una sonrisa.
Revocar todas las decisiones para empezar de cero.
Imitar los sonidos del grillo y sentir que vuelves a estar dentro.
Entorpecer el paso a las ingratitudes para que entiendan que no son bienvenidas.
Librar batallas de piel y de susurros hasta que los cuerpos se desvanezcan.
Permanecer en la orilla imaginando todo lo que hallaré al otro lado cuando cruce.
Hacer estallar con un simple golpe de bolsa las dunas de silencios que nos separan.
Emerger del gemido al gesto, del gesto a la mejilla, de la mejilla a lo frágil, de lo fràgil al paisaje, del paisaje al cobijo, del cobijo a ti.
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