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dimecres, 20 d’agost del 2014

TOMO PRESTADAS TUS PALABRAS, ÁNGEL GONZÁLEZ



Si esta noche mis labios pudieran pronunciar una palabra tendría el sabor de la ausencia, el recuerdo de toda una vida compartida, el espacio silenciado de tus canciones, el olor de tus guisos, el cuidado continuo, las risas de nuestro encuentro, el tesón del día a día... y el infinito cielo colgado en ti.

Pero como que no pueden despegarse ni para respirar, tomo prestado de Ángel González sus palabras para que me hagan de espejo, para que la poesía aquiete mi alma.

Para ver que todo se ha ido, 
para ver los huecos y los vestidos,
¡dame tu guante de luna,
 
tu otro guante perdido en la hierba,
amor mío!

 
Federico García Lorca

Me he quedado sin pulso y sin aliento...

Me he quedado sin pulso y sin aliento
separado de ti. Cuando respiro,
el aire se me vuelve en un suspiro
y en polvo el corazón de desaliento.

No es que sienta tu ausencia el sentimiento.
Es que la siente el cuerpo. No te miro.
No te puedo tocar por más que estiro
los brazos como un ciego contra el viento.

Todo estaba detrás de tu figura.
Ausente tú, detrás todo de nada,
borroso yermo en el que desespero.

Ya no tiene paisaje mi amargura.
Prendida de tu ausencia mi mirada,
contra todo me doy, ciego me hiero.


Esto no es nada

Si tuviésemos la fuerza suficiente 
para apretar como es debido un trozo de madera, 
sólo nos quedaría entre las manos 
un poco de tierra. 
Y si tuviésemos más fuerza todavía 
para presionar con toda la dureza 
esa tierra, sólo nos quedaría 
entre las manos un poco de agua. 
Y si fuese posible aún 
oprimir el agua, 
ya no nos quedaría entre las manos 
nada.



A mano amada

A mano amada,
cuando la noche impone su costumbre de insomnio
y convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de una vida;

allí,
en la esquina más  negra del desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,

los recuerdos me asaltan.

Unos empuñan tu mirada verde,
                                                                   otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!,
                                          me reclaman.

Reconozco los rostros.
                                                No hurto el cuerpo.

Cierro los ojos para ver
y siento
que me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo:
                                            la memoria.

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