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dimarts, 21 d’octubre del 2014

ENSEÑAR CON LOS CUENTOS: UNA EXPERIENCIA EN LA ESCUELA GINEBRÓ - REVISTA TANTÁGORA

A la revista Tantágora han publicat aquest article:

Buenas prácticas

ENSEÑAR CON LOS CUENTOS: UNA EXPERIENCIA EN LA ESCUELA GINEBRÓ

Alicia Molina

Creo que mi entrada en el mundo de la docencia llegó sin premeditación alguna. Corría el año 1980, la lengua y la literatura eran una de mis pasiones, buscaba trabajo y como castellanohablante que había hecho una buena inmersión autodidacta en el aprendizaje de la lengua catalana me ofrecí a dar clases a niños y a adultos en el local que tenía un partido político en Sant Adrià de Besòs, una zona de la periferia de Barcelona con mucha inmigración. Fue un éxito. Poner al servicio de mis alumnos mis propias estrategias para hacerte con una segunda lengua les dio seguridad y manejo en su propio proceso. Después me ofrecieron dar clases de catalán para adultos organizadas por la Dirección General de Política Lingüística en el mismo pueblo de Sant Adrià. Así que durante ese tiempo yo iba y venía por barrios como la Mina, el Besòs o Via Trajana enseñando a hablar y a escribir en catalán, pero sobre todo intentando que amaran la lengua. A la par que trabajaba con adultos, acabé mi licenciatura en Filología Catalana, asistí a cursos y me preparé y aprobé diferentes certificados de la Junta Permanent de Català que acreditaban que era apta para enseñar.
Unos años más tarde, en 1986, la vida me dio la oportunidad de irme a vivir cerca de Sant Celoni, concretamente, a una Granja-Escuela en medio del bosque del Montnegre. La suerte fue doble: no sólo trasladé mi lugar de trabajo de las clases para adultos de Sant Adrià a pocos kilómetros de mi nueva casa, a Cardedeu, sino que vivir rodeada de animales, de alimentos del huerto, de bosque… y de escuelas que cada semana llenaban la casa con niños expectantes de aventuras me brindó la oportunidad de entrar en el mundo de los cuentos también sin darme cuenta.
Las escuelas que llegaban a la Granja-Escuela pedían colaboración de alguien que los críos no pudieran reconocer para darles, después de cenar, un toque “mágico” a las colonias. Y yo era el personaje que salía por la noche detrás del alcornoque centenario de casa y les explicaba historias maravillosas.
Más tarde, cuando tuve a mi primer hijo y nuestros paseos nos llevaban a descubrir rincones fantásticos del Montnegre en los que no faltaban duendes, hadas y tantas criaturas como nuestra imaginación permitiera, pensando en las escuelas y Llars d’infants, ideé un circuito por el bosque, destinado a los visitantes más pequeños, en el que podían descubrir plantas, árboles, huellas… y personajes imaginarios a través de una historia llena de aventuras que acababa con la llegada, por fin, al país de las mimosas.
Creo que ahí se dio la conjunción entre docencia e historias o, lo que es lo mismo, enseñar a partir de los cuentos. En cualquier caso, empecé una transformación en el planteamiento de mis clases: cualquier cuestión lingüística, literaria… que tuviera que plantear siempre se sostenía por el amparo de una historia. Me di cuenta de que el marco del relato me permitía ordenar la información, bosquejarla desde una vivencia en donde buscaba referentes del otro para hacerla viva desde las vísceras y no desde los supuestos teóricos. Y a mis alumnos les ayudaba a procesarla desde lo tangible, desde lo orgánico.
En 1998, la vida me trajo un cambio de etapa: dejé los adultos por los adolescentes y entré a trabajar en la Escuela Ginebró, una cooperativa de maestros que abarca las etapas de infantil, primaria y secundaria en el pueblo de Llinars del Vallès y bachillerato, ciclos formativos y pruebas de acceso en Cardedeu.
Cuando entré por primera vez en una aula de ESO, tenía claro qué clases de lengua son las que aborrezco y de las que quería estar bien lejos. En este sentido, debo reconocer que tuve mucha suerte de entrar en una escuela que me ha dado y me da toda la libertad para hacer y deshacer las clases como he creído necesario para el bien de los alumnos.
Empecé, pues, una nueva ruta con la que contaba con un poso muy valioso: no solo había seguido practicando y perfeccionando mis teorías sobre enseñar desde el relato, sino que además ya llevaba un tiempo contando en bibliotecas en la recién inaugurada “Hora del Conte”. Así, pues, el embrujo de los cuentos, la escucha y el arte de contar ya habían hecho mella en mi y justo eso, quedarse encantados con los cuentos, con la palabra… es lo que me propuse conseguir con mis alumnos.
Como todos los estudiantes de primaria y secundaria comen en la escuela (forma parte de nuestro proyecto educativo), aproveché la hora del patio del mediodía para que cada tarde hubiera un maestro de cualquier etapa explicando un cuento a los muchachos de ESO que quisieran asistir. El nombre que sugerí a esa actividad fue “Karmasutra literari” y tuvo muy buena acogida por parte de los alumnos y de los maestros, algunos de los cuales, volvían a disfrutar de adolescentes que tuvieron en sus faldas cuando eran pequeños.
Cada propuesta me daba más alas para seguir investigando y proponiendo. Así que viendo la envergadura de lo que se cocía con los cuentos y de cuántas cosas como docente podía sacar de ahí (trabajar los valores, temas para tutoría, competencia oral y escrita, estructurar el pensamiento…) me animé a proponer un proyecto de cuentos que empezaría en primero de ESO y acabaría en cuarto, al finalizar la secundaria.
En primero de ESO me planteé “El cuento como referente”. El punto de partida fue la lectura conjunta y en voz alta, del libro Contes per a un món millor, de Enric Larreula. Cada historia era un pretexto para hablar de los temas y subtemas que se percibían en cada una de ellas, para inventarnos otros finales, otras situaciones… Nos daba juego para examinar y debatir oralmente las características de los personajes, los elementos que componen un texto narrativo como el cuento, compararlos con otros… Y la visita del autor cerraba todo ese proceso compartido.
Con los alumnos de segundo de ESO, en el tercer trimestre, interrumpíamos los contenidos curriculares del curso e inaugurábamos “El taller de cuentos”. Para ello desmontábamos físicamente el aula y con una distribución del espacio por grupos empezábamos a dar los primeros pasos para alcanzar nuestro objetivo: inventarnos cuentos y explicarlos en todos los cursos de infantil y primaria de la misma escuela.
IMG_2171Empezaban trayendo cuentos que les hubieran gustado especialmente cuando eran más pequeños. A partir de aquí, leíamos, debatíamos, nos hacíamos exploradores de aquello que creíamos importante destacar en cuanto a aspectos generales: personajes, temas, reiteración de situaciones, valores… y también respecto a la forma de narrar. A esas historias se les sumaba otras que yo aportaba en forma de dossier, para tener un muestrario de cuentos que abarcasen todas las edades de nuestro futuro público.
Después de esa inmersión, los alumnos se distribuían por grupos de tres, decidían qué curso preferían para ir a contar (muchos de ellos tenían hermanos o primos que estaban en cursos de infantil y primaria y les hacía mucha ilusión poder estar en sus clases) y a continuación, se ponían a pensar y a escribir teniendo presente la edad de los destinatarios e incluir, así, unos elementos u otros en su narración.
Una vez que el cuento estaba a punto, pensaban en un soporte visual para contarlo (ese material, junto con la historia, se quedaba en el aula de primaria, para reexplicarse los cuentos tantas veces como quisieran las maestras). Después de ensayar delante de los compañeros de segundo de ESO y de recibir observaciones para felicitar el trabajo y alguna para mejorar aspectos que no estaban del todo conseguidos, elegíamos la fecha del “estreno”.
El día en cuestión, cada grupo de cuentistas, con su archeles, entraba en el aula destinada. Durante los años que lo hice, fue siempre una experiencia bonita y enriquecedora para todos. En todo ese proceso de creación habían leído, y habían aumentado su competencia escrita y oral mucho más de lo que hubieran podido conseguir haciendo ejercicios o intentando entender cualquier precepto teórico. Además de aprender a trabajar en equipo, decidiendo, proponiendo… y con un objetivo tan noble como el de hacer algo para los demás.
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Para cuando llegaban a tercero de ESO, los alumnos ya tenían medio máster en cuentología. Así que ahora tocaba dar otro paso: contarse entre ellos una historia para adultos. En este curso introducía el cuento como género, es decir, de qué hablamos cuando decimos “cuento” (cuentos de tradicional oral, de autor… Leyendas, fábulas…). Así que una vez situados todos en ese punto de partida teórico, pasábamos a la práctica y esta consistía en buscar historias por las bibliotecas, por casa, por internet… Después de leer de aquí y de allá, aquel cuento que encendiera su farolillo interno era, sin duda, el elegido.
Las clases de lengua catalana y literatura dejaron espacio al proyecto de tercero “Els dilluns de contes” (los lunes de cuentos). Se llamó así porque destinábamos un día a la semana a contar. Desde principio de curso se establecía un calendario de contadas en el que cada alumno sabía cuando le tocaba y cuando era su turno. De manera que ese día era sagrado: nada más entrar por la puerta, toda la clase se sentaba sin nada sobre la mesa excepto las ganas de escuchar. El narrador en cuestión arrancaba explicando qué cuento había elegido, donde y por qué ese precisamente. A continuación, narraba y después los compañeros comentaban lo que más les había gustado, qué les sugería o recordaba… o qué reflexiones daba de sí el cuento… Habían historias que podían encender un debate espontáneo y otras que cada uno las vivía más hacia dentro…
Para hacer una puesta a punto básica en cuanto a competencia oral, antes de narrar, se les daba unas pautas básicas teóricas y prácticas tanto de comunicación verbal como no verbal (proyección de voz, vocalización, la mirada, la postura…), que les permitía salir a explicar con ganas y con más o menos confianza. La elección del tipo de cuento era variada; algunos optaban por traer una historia escrita por un familiar y la contaban llenos de orgullo.
Cuando me planteé completar el ciclo en cuarto de ESO con los cuentos, jugué con ventaja: teniendo en cuenta que estábamos en el final de una etapa obligatoria, que muchos seguirían estudios de bachillerato y atendiendo la evidencia de las pocas horas destinadas a estudios humanísticos, propuse hacer un crédito variable obligatorio de treinta horas que reforzara tanto la expresión escrita como la oral. Al ser obligatorio, todos los alumnos pasaban por él en grupos de veinte y yo iba recibiendo nuevas remesas  cada trimestre.
En el momento de diseñar los contenidos curriculares del crédito obligatorio de creación de textos orales y escritos no tuve ningún problema para decidir cómo abordar la mayoría de los puntos ya que mi formación continuada y mi experiencia como docente (en ese momento ya llevaba treinta años en el oficio) me avalaban. Pero hubo uno que me hizo dudar (a pesar de que ya llevaba un tiempo narrando y asistiendo a todos los laboratorios, talleres, charlas… organizados por ANIN, sin contar con la experiencia en el teatro) y ese era la narración oral que, además, representaba el punto culminante en ese crédito obligatorio porque el colofón final consistía en que los alumnos acababan explicando cuentos ante sus abuelos. Así que quise ampararme en alguien que me diera un método para transmitir bien los conocimientos en este terreno y me apunté a un taller con Numancia Rojas. La aplicación a las clases fue más que positiva: por fin las clases de lengua cumplían al completo su objetivo: comunicar.
Jugar con la voz en todas sus posibilidades, con el cuerpo, con el espacio… Improvisar… Que la mirada estuviera integrada para darle fuerza a todo lo demás… Observar y analizar como lo hacían otros narradores a través de vídeos y cómo ese referente y cada una de las prácticas les iba preparando para mejorar día a día fue un proceso que les dio confianza para enfrentarse a su reto más deseado y más temido: contarles a sus propios abuelos.
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El día de la contada, se cerraba un ciclo importante para ellos: por un lado habían preparado un cuento para explicar a unos seres que en la mayoría de los casos habían sido justo las personas que les habían contado cuando ellos eran pequeños y ahora nos llenaba a todos de emoción contenida ver que los papeles se intercambiaban. Pero además, era el final de una etapa de estudios, y al terminar el acto, les acompañaban por toda la escuela y les iban enseñando y explicando todas sus experiencias a lo largo de cuatro años. No hay palabras para describirlo.
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En septiembre de 2011 cambié de etapa y seguí mi trabajo de docente con alumnos de bachillerato, en el edificio del Taller Ginebró, situado en Cardedeu. A pesar del poco margen que deja el currículum de esta etapa post-obligatoria, propuse que el tema del monográfico para trabajar a lo largo de ese curso fuera “De la oralidad a la escritura” y ahí empezamos a pensar actividades. Por mi parte, continué mi formación de narradora haciendo el segundo y el tercer curso con Rubén Martínez lo que supuso nuevas apuestas con mis alumnos.
Ese año, en concreto, con el grupo del crédito de Literatura Catalana, preparamos una actividad itinerante de narración oral para hacerla el día de Sant Jordi por las calles de Cardedeu. Para llevarla a cabo, primero hicimos una salida a Barcelona en la que yo misma les iba contando historias de diferentes puntos del barrio Gótico. Partiendo de esa muestra, otro día hicimos un paseo por las calles de Cardedeu. En este caso, el trabajo fue por parejas y cada una tenía que elegir un rincón del centro del pueblo que les inspirara para inventarse una historia. Una vez escritas y a punta de boca, organizamos un pasacalles de historias imaginarias con corros de gente de todas las edades que se unían curiosos a unos narradores que se iban creciendo por momentos.
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Dentro de las actividades del monográfico “De la oralidad a la escritura”, en otro fecha del curso, contamos con la presencia de un narrador profesional (qué mejor ejemplo que una sesión de cuentos donde la palabra deje embaucados a casi doscientos adolescentes). Y, finalmente, la otra actividad relacionada con la narración oral fue la que hicimos también el día de Sant Jordi con todos los alumnos distribuidos en grupos. A cada uno se les daba un cuento clásico infantil para recordar la historia que les habían explicado tantas veces. En este caso tenían que hacer una adaptación pensada para un público adulto. Al final contaban oralmente su versión.
En Septiembre de 2012, nada más empezar el nuevo curso, teníamos el año Calders sobre la mesa. En Cardedeu se habían programado varias actividades al respecto (en algunas tuvimos el honor de festejarlas al lado de las hijas de Pere Calders). Una de las propuestas que me hicieron fue la de que estudiantes del Taller Ginebró explicaran cuentos de Calders en las escuelas de Cardedeu para los alumnos de segundo de primaria. Se daba la coincidencia que una de las lecturas obligatorias del grupo de Literatura Catalana era Cròniques que la veritat oculta, así que les propuse hacer una selección de los cuentos y adaptarlos para ser contados a los más pequeños. El proceso fue muy enriquecedor y el resultado espectacularmente fascinante.
Ese mismo año, con los mismos alumnos de Literatura Catalana más los de Cultura Audiovisual (todos de segundo de bachillerato), quisimos preparar una salida a Barcelona donde fusionar fotografía y cuentos. A partir de las historias que les fui explicando del itinerario del barrio Gótico y con las pautas dadas en cuanto a encuadres y planos, buscaron rincones, detalles… para fotografiar e inventar una historia por grupos.
Otra experiencia enriquecedora, también del curso pasado, fue la que compartí con los alumnos del Curso de Acceso a ciclos de grado Superior (CAS). El primer día daban a conocer su opinión sobre la asignatura de catalán, la mayoría de ellos tenían un recuerdo que la resumía así: “lengua, esa cosa tan aburrida”. Teniendo en cuenta mi responsabilidad (pensé que era bastante probable que yo fuera la última profesora de catalán en su carrera estudiantil), me propuse poner en práctica mi máxima: “conocer la lengua nos hace más felices” y demostrarles por qué. Porque nos ayuda a comunicarnos (primera necesidad del ser humano), les dije, y ellos confiaron en mí y entraron en el juego.
Desde entonces pusimos manos a la obra para explorar la lengua desde el “yo” (los adolescentes necesitan hablar de ellos) y el cuento propone un marco perfecto para trabajar la lengua de una manera integral. Cada semana les explicaba cuentos, pero además invitamos a algún narrador que se los metió directamente en el bolsillo del corazón.
Compartir las lecturas en voz alta de los cuentos que propuse de lectura, jugar con los sonidos o a improvisar historias, dejar las palabras con rienda suelta para que crearan poemas, cartas, cuentos… oralizarlos y disfrutarlos… Todo esto les dio confianza. Les  permitió conectar con las palabras poniéndoles emoción y sentido a cada una y les hizo entrar muchas ganas de compartir esos cuentos con las personas mayores del Centre de Dia de Cardedeu.
Este fue su reto final: contar para las personas mayores del Centro de Día, contarles a cada uno desde esa verdad que fabrican los cuentos. La vivencia nos llenó de gozo y de bendición a todos.
Todas estas experiencias de la narración oral en el aula me han corroborado lo que mi intuición ya me apuntaba en los primeros pasos de docente. Ojalá sirvieran para propagarse y para hacer un vuelco a las clases de lengua y a este sistema educativo caduco y extraño.

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