Miro la línea que separa el mar del cielo. ¿es ahí donde se halla el remolino de los vientos voraces? ¿Es ahí de donde salen los cantos de sirenas que enloquecen las almas huérfanas? O quizás es el lugar donde habitan las quietudes que recogen las zozobras que han hecho naufragar amaneceres baldíos? Hogueras que se agrietan, labios sin carmín de tanta espera, cementerios que agitan su tonada para recrear la hora de los adioses... Todos ellos inician un pasacalles invisible en la cresta del horizonte y caen en ese abismo figurado para decir tu nombre, para aclamar ese tiempo que nos envuelve y amansa a veces y nos despedaza otras, para soñar otros pasos en otros paisajes que de tan imaginados se han hecho cotidianos en la nocturnidad de los deseos.
