En el pueblo que hay más allá del bosque nunca había novedades. Sus hombres y mujeres iban de su casa al campo ensimismados en sus sombras, sin mediar palabra.
Aquel verano, la siembra trajo la bruma y con ella, la llegada del hombre invisible. Nadie sabía quién era, pero en pocos días, su presencia llenó las casas y a pesar de que no lo podían ver, todo el mundo le ponía un plato en la mesa y se esforzaba por llevar una conversación animosa que fuera de su agrado.
En poco tiempo las casas y las calles se fueron llenando de murmullos y de risas y parecía que la vida en ese pueblo tenía gusto de melocotón recién cogido.
Después del verano, con la llegada de los primeros fríos, el cielo gris pareció llevarse el halo de ese sueño y los habitantes del pueblo que hay más allá del bosque volvieron a su trasiego, a sus pensamientos, a su silencio.
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