Llevaba días perdiendo cosas: primero fueron las chaquetas, lo que achacó al aumento de las temperaturas y la sensación de prescindibilidad que ello comportaba, pero a los pocos días se le sumó la pérdida de los papeles. De repente, hojas escritas y firmadas por ella misma desaparecían al volver la vista hacia otro punto sin poderlas encontrar, como si formaran parte de un fragmento de El libro de arena, sin que nadie tuviera noción de su existencia. Con la guardia personal sobre aviso, pasó las siguientes horas dispuesta a llevar un control acérrimo de cada movimiento que hiciera, consciente del peligro que se le venía encima, pero ni aún así pudo detener la catástrofe.
El punto sin retorno se manifestó cuando entró en la reunión cantando O mio babbino caro y no paró hasta concluir el ária ante la mirada desconcertante de los asistentes. Pero ella siguió sin darle importancia, por lo que siguió y en otro momento de otro día, protagonizó la acción de descalzarse y hacerse unos masajes en el pie derecho en medio de una comida de negocios. Aquí, y después de los postres, se dijo a si misma obligada ya, por lo comentarios por lo bajini que había escuchado, que debía de tomar precauciones de lo que hacía y dejaba de hacer, así que aumentó sus sesiones de yoga y meditación.
Ya le parecía que habían dado el fruto esperado, al menos durante unos días, hasta que la astilla del estrés, empecinada como estaba en clavarse donde fuera, siguió su curso. Y como la fiesta ya estaba servida en su interior, sólo faltó el momento idóneo para dar a conocer el poder de la revuelta subversiva que se estaba lidiando en todo su casquete volador y llegó: un atardecer se sacó la blusa instintivamente por el calor y se quedó en ropa interior delante todos los asistentes en la inauguración de la exposición de esculturas de su amiga en una galería importante del centro histórico de la ciudad.
A pesar de todo, ella seguía convencida que aún podía poner bajo control el panel emocional de su vida. Que ingenua! Poco sabía ella de catástrofes naturales. Así que un tarde, sin que las isoflavonas pudieran poner freno a la dopamina, en un acto de puro instinto animal se lanzó contra su jefe de equipo y le besó como nadie le había besado, sólo que delante de toda la junta directiva, por lo que las sirenas de emergencia empezaron a sonar en la cabecita de Raquel y aquí fue la primera vez de verdad que se preguntó, en serio, si quizás le estaba pasando algo extraño. Sobretodo porque vio la reacción del vicepresidente y el secretario en funciones que ya ocuparon de hacerle saber su opinión cuando la llevaron directa a una clínica de rehabilitación para directivos aniquilados.
Y Allí está, de momento, contando mariquitas y soplando dientes de león, haciendo ver que no se acuerda que Woody Allen ya habla de esto en su próxima película que rodará en Cardedeu por el glamour de sus gentes y su paisaje.
El punto sin retorno se manifestó cuando entró en la reunión cantando O mio babbino caro y no paró hasta concluir el ária ante la mirada desconcertante de los asistentes. Pero ella siguió sin darle importancia, por lo que siguió y en otro momento de otro día, protagonizó la acción de descalzarse y hacerse unos masajes en el pie derecho en medio de una comida de negocios. Aquí, y después de los postres, se dijo a si misma obligada ya, por lo comentarios por lo bajini que había escuchado, que debía de tomar precauciones de lo que hacía y dejaba de hacer, así que aumentó sus sesiones de yoga y meditación.
Ya le parecía que habían dado el fruto esperado, al menos durante unos días, hasta que la astilla del estrés, empecinada como estaba en clavarse donde fuera, siguió su curso. Y como la fiesta ya estaba servida en su interior, sólo faltó el momento idóneo para dar a conocer el poder de la revuelta subversiva que se estaba lidiando en todo su casquete volador y llegó: un atardecer se sacó la blusa instintivamente por el calor y se quedó en ropa interior delante todos los asistentes en la inauguración de la exposición de esculturas de su amiga en una galería importante del centro histórico de la ciudad.
A pesar de todo, ella seguía convencida que aún podía poner bajo control el panel emocional de su vida. Que ingenua! Poco sabía ella de catástrofes naturales. Así que un tarde, sin que las isoflavonas pudieran poner freno a la dopamina, en un acto de puro instinto animal se lanzó contra su jefe de equipo y le besó como nadie le había besado, sólo que delante de toda la junta directiva, por lo que las sirenas de emergencia empezaron a sonar en la cabecita de Raquel y aquí fue la primera vez de verdad que se preguntó, en serio, si quizás le estaba pasando algo extraño. Sobretodo porque vio la reacción del vicepresidente y el secretario en funciones que ya ocuparon de hacerle saber su opinión cuando la llevaron directa a una clínica de rehabilitación para directivos aniquilados.
Y Allí está, de momento, contando mariquitas y soplando dientes de león, haciendo ver que no se acuerda que Woody Allen ya habla de esto en su próxima película que rodará en Cardedeu por el glamour de sus gentes y su paisaje.
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