Tráeme el agua,
verdugo,
para ahogar mis palabras inciertas.
Tráeme el viento,
que apacigüe el llanto,
el manto anónimo
que espera refugio,
la espuma bílica
que se hace nido.
Tráeme la mano
para que habite en la selva
oscura de mis ojos,
en los adioses perdidos,
en los tiempos olvidados,
cuando ni tú eras tú
ni yo la que algún día fui.
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