Las luces se apagan. Camino a tientas. Debo conseguir llegar a mi destino lo antes posible. Tropiezo con unos pies que no sé de dónde han salido. Una sensación extraña recorre mi cuerpo de abajo a arriba. Estoy a punto de gritar, pero ni siquiera puedo servirme de mi voz para encontrar consuelo. Me siento inmóvil en medio de no sé dónde. Quisiera pedir ayuda, pero ya es tarde; el silencio se ha extendido por todos los rincones. Si había un lugar para mí, no sé cuál es ni si está lejos o cerca... La oscuridad confunde las criaturas como si fuéramos carbón a punto de quemar. Extraños segundos los que difunden la nada y la segmentan en pequeñas partículas de sensaciones vacuas. Que absurdo es el tiempo que nos devora mientras esperamos que pase algo que nos aleje del pesar. Y ahora qué. Sólo puedo echar de menos aquel otro tiempo en que la oscuridad tenía una luz que jugueteaba desplazándose por toda la sala hasta dar contigo y, entonces, te acompañaba haciendo un foco recortado como si fueras su estrella principal y formaras parte del espectáculo. ¿Cuantas retahílas de ideas inconexas puede llegar a pensar una persona en un segundo? Una mano me toca el hombro y me sobresalta.
-Perdone, ¿va a mirar la película todo el rato de pie o se va a sentar en algún momento?
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