No hay rastro mayor que el de la añoranza.
No hay duelo más doloroso que el de la mirada sobre alguien a quien ya no reconoces.
No hay desasosiego más grande que ir perdiendo por el camino las facultades que un día tuviste.
No hay bofetada más descuartizadora que la imposición del sin sentido.
En estos días, ya no hay ni lunas ni soles... ni tiempo. Una nada absurda crece en un pozo que consume el aire con agujas de alfiler que entran a escondidas por todos los orificios de la piel y se clavan silenciosas hasta adormecer los sentidos, las palabras, la espera... y la superficie de lo robado dilapida el rostro y el alma de cualquiera. No hay camino para regresar de allí. Es el castillo de donde no se sale jamás. Rutas imposibles por laberintos infinitos que hacen de ese viaje un paseo por lo más grotesco e infame de la vida.
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