De todas las formas posibles de morir, Armanda eligió la más lenta: el desamor. Tenía claro que no quería una muerte violenta, no por ella, sino por la congoja de quien la encontrara, así que eligió bien sus cartas de juego y, lejos de los tópicos de una infancia con orfandades o maltratos... se fue directa a por unos ingredientes infalibles para conseguir su propósito.
Empezó con unas amistades, por poner un término convencional, que peinaban sus palabras con sarcasmo, bañaban sus actos con indiferencia y proclamaban sus propósitos desde el abuso que da la lealtad mal entendida. De ahí surgió su pareja que, ya en la intimidad de su casa, consiguió modelar la relación hacia el decaimiento de los nombres por los abismos de la atención, aliñándolos claro está con cinismos inteligentes que aún aprietan más las tuercas de las arterias. Este hecho, para quien no lo haya probado, es muy eficiente; consigue amordazarte hasta la médula espinal, que es el conducto más importante de las transmisiones de vida.
Llegados a este punto de su existencia, Armanda ya se sentía bastante muerta, pero no lo suficiente aniquilada porque bien sabemos que los artilugios modernos de la legalidad civil podían proporcionarle un chimpón a su situación (o sea el divorcio) en el caso que tuviera fuerzas y medios para acabar con una relación así. Por lo que eligió la carta de la incondicionalidad que viene revestida por la palabra "hijos". Y tuvo tres.
Con los hijos, Armanda estaba completamente segura de que conseguiría su propósito de morirse. Sólo necesitaba asegurarse de que no la quisieran porque ya se sabe que no recibir un mínimo de cariño por alguien a quien amas hasta el punto de ser capaz de dar tu vida provoca en uno mismo un agujero tan profundo que te acabas muriendo. Y vamos si lo consiguió, de que no la quisieran.
Al principio iba un poco perdida porque cuando son pequeños y les quieres tanto es fácil que se te escapen más palabras dulces de la cuenta o que te enternezcas cuando les bañas y les hagas cosquillitas o masajes en esos cuerpos tan chiquitines o que te rías con ellos cuando te sueltan la primera sonrisa... pero aprendió rápido. A la que vio que el primer hijo iba camino de ser un mozo tierno y sensible para con ella, se dio cuenta de que tenía que cambiar de estrategia.
No le costó nada introducir algunos elementos que resultan infalibles para evitar que te quieran. Lo primero que hizo fue mostrarse contradictoria e imprevisible en su manera de ser. Sólo para despistarlo y provocar en él un perfil de personita insegura, ansiosa e insatisfecha (la triple S). De repente le chillaba sin más o le hablaba en mal tono o le permitía hacer cosas inaceptables y peligrosas o se enfadaba y se mostraba indiferente a sus peticiones, o le castigaba de forma desproporcionada... Armanda se dio cuenta enseguida que iba por buen camino porque en pocas semanas el niño empezó a mostrarse arisco, agresivo... Y ella, a sufrir como nunca lo había hecho.
A medida que el crío fue creciendo, con el campo bien abonado, las muestras de desamor por parte del hijo fueron aumentando y con ellas el dolor de Armanda y, por consiguiente, su muerte. Si a eso le sumamos que los otros dos hijos ya estaban en camino y el entrenamiento del primero se había perfeccionado con el segundo y el tercero, es casi innecesario decir que Armanda se iba consumiendo por momentos. Le quedaban, pues, pocos añitos de vida. Había pasado la adolescencia del primer hijo y media del segundo y estaba segura que cuando llegara la del tercero sería su final.
El tiempo fue pasando y Armanda, tal y como era de esperar, vagaba por los días sin ánimo ni aliento hasta que enfermó de tal manera que tuvieron que llevarla al hospital. Los médicos quisieron investigar las causas de su enfermedad, pero no descubrieron nada concreto que pudiera haberla provocado. Su caso entró en uno de esos programas de investigación y con ello se inició un proceso largo de pruebas y pruebas que la tenían hartita, sobretodo porque estaba mejorando a raíz de que, lejos de casa, las influencias negativas de la no-convivencia habían disminuído y el objetivo de morirse, por tanto, se estaba viendo amenazado.
final 1
Ella luchaba con todas sus fuerzas para contrarestrar los efectos negativos del bienestar y atención que recibía, pero era tanta la celeridad con que se curaba y tantos los estímulos que la vida en sí produce para seguir generando vida de forma espontánea, que por mucho empeño que puso en morirse no lo conseguió.
final 2
En un momento de desesperación, Armanda habló con su médico y le confesó su propósito de morir desde bien temprana edad y cómo había conseguido un método infalible para irse al otro barrio. El médico, con una curiosidad insaciable, quiso averiguar cuáles de sus estrategias la estaba matando con más precisión. Para ello siguió haciéndole más pruebas y cuando obtuvo los resultados, Armanda no se podía creer que la mayor causa e influencia que la estaban llevando a la muerte no era tanto el desamor de sus hijos, sino el suyo propio.
final 3
Armanda no estaba dispuesta a permitir que la ciencia médica tirase por tierra la labor que ella llevaba años y años trabajando. Si algo la distinguía era su tenacidad para todo lo que se proponía y si su meta era morirse, aunque fuera lentamente, estaba dispuesta a conseguirlo. Por lo que, dadas las circunstancias, y ante la evidencia de que se encontraba metafóricamente hablando en una vía muerta, decidió cambiar de tren y se tiró por la ventana.
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