-Hace falta un requisito para alcanzar la eternidad -dijo el mapuche a la jirafa.
Ésta, sin saber qué hacer, miró hacia el cielo porque era lo que tenía más cerca y pidió ayuda a un cometa que pasaba como un rayo. Como pudo, le hizo saber el acertijo mientras una luminosidad meteórica le chamuscaba sus pelillos de la cabeza. El cometa, le guiñó el único ojo que llevaba puesto para esas misiones como muestra de su aceptación por el reto de averiguar semejante enigma y sin detener su aceleración, se dirigió hacia el mar en busca de algún ser para trasladarle la pregunta de la jirafa y allí, entre las olas mientras se entretenía mirando saltar peces de colores, divisó una ballena en estado de reposo sobre la superficie azulada. El cometa, haciendo una parada de emergencia, se detuvo unos instantes en el espacio para exponerle a la ballena la pregunta en cuestión, a lo que el cetáceo no supo qué responder porque las ballenas no están acostumbradas a pensar bajo presión, pero aprovechando que un ratoncito había llegado hasta su cola, nadando de un barco que justo se había hundido, retorció todo su cuerpo para preguntarle qué hay que tener o hacer o ser... para alcanzar la eternidad. El ratoncito que a penas tenía aire para seguir viviendo, creyó que esa pregunta era de vida o muerte y como sus patitas ya estaban cansadas de nadar, utilizó sus orejas para moverlas y buscar respuesta a esa pregunta, antes de que todos acabaran muertos o ahogados, que aunque es lo mismo son maneras diferentes de acabar con la vida. Así que moviendo sus orejas sin parar consiguió alzar su vuelo suficiente para llegar a tierra firme y buscar a alguien que aportase luz a tanta oscuridad enigmística. Y buscando, buscando, fue a parar al mapuche pensándose que de todas las criaturas de la tierra sería la más capacitada para contestar semejante adivinanza, pero al contrario de lo que esperaba, éste volvió a preguntar exactamente lo mismo que le había dicho a la jirafa.
-Yo no sé nada de ese acertijo -se excusó el ratoncito-. Yo venía de ahogarme, oiga, cuando he ido a parar a una ballena e, imprevisiblemente, se ha retorcido sobre mí como si fuera una lagartija acuática a preguntarme eso mismo que me acaba de decir. No se puede llegar a imaginar el susto de muerte que me ha dado
Y como si ya intuyera qué había pasado entre la ballena y el cometa añadió:
-Claro que todo lo ha liado el otro, esa cosa de fuego y piedra... que en vez de seguir su rumbo y pasar a la velocidad que acostumbran a ir los cometas, inexplicablemente ha detenido su viaje para formular esa pregunta que ya sería hora de saber la respuesta.
-Enhorabuena! -le dijo el mapuche-. Te felicito por la respuesta.
El ratoncito miró al hombre extrañado.
-La respuesta correcta es exactamente esa que has descrito: hacer, por lo menos una vez en la vida, algo que nunca harías por tu naturaleza.
El ratoncito continuaba mirando al hombre más extrañado todavía y un poco harto de tanto misterio, la verdad.
-El cometa ha parado su rumbo en pleno trayecto espacial, la ballena ha retorcido su cuerpo como si fuera un trapo escurriéndose el agua, y tu has conseguido volar.
Dicen que el ratoncito se dio media vuelta pensando que aquel hombre se había vuelto loco de remate, con lo que deshechó la oportunidad de convertirse en un ser inmortal.
Dicen por eso que aunque ninguno de los tres consiguió la eternidad, es cierto que indirectamente obtuvieron un pequeño beneficio porque los cometas viven muchos, muchos años entre que empiezan su su recorrido por el universo y lo acaban. Las ballenas tienen todo el tiempo del mundo para explorar todos los océanos y los ratoncitos... hay quienes opinan que ese mismo ratoncito consiguió realmente la eternidad y desde entonces es él mismo el que está en todas partes, de ahí ese parecido tan asombroso entre todos los de su especie.
De la jirafa no se sabe nada más que los posibles efectos de la eternidad no le alcanzaron por lo que las jirafas están condenadas a vivir en sus mundos de alturas, ajenas a todo.
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