De todas las frases conocidas que se había aprendido Rosario, la de "la otra cara de la luna" le producía un estremecimiento extraño cada vez que alguien la pronunciaba. Hay que ver qué poder pueden llegar a ejercer algunas frases y ésta, sin duda, lo tenía para ella. Seis palabras que unidas hilaban la atmósfera de misterio necesaria para cerrar los ojos y ponerse a soñar. Y éso era lo que hacía cada noche: imaginarse qué habría en la otra cara de la luna. Su imaginación consciente hacía que en esa parte del universo apareciera lo que la lógica humana es capaz de construir: seres rarísimos que tocan el arpa a la luz de las estrellas, surcos con vapores que perfuman el espacio, animales inteligentes que se deslizan con elegancia por ese paisaje singular... Y después de éso ya no se imaginaba nada más porque el cansancio la arrastraba hacia el sueño y entonces soñaba como todo el mundo: a veces con su abuela, que salía tan dicharachera como era en realidad; otras, con formas y personas que no había visto en su vida ni entendía qué hacían allá. Pero nunca, nunca había soñado que estaba en la otra cara de la luna, al menos que ella recordara.
Si el despertar de Rosario estaba acompañado por un rictus seco no era porque se levantara de malhumor como les pasa a otras personas, no, era sencillamente porque, de nuevo, la noche no había hecho posible sus expectativas. Y si no era en sueños que visitaba la otra cara de la luna, cómo iba a poder ir. El único consuelo era que nadie a los que había preguntado (a sus hijos, a su marido, a sus amigas más íntimas...) nadie había soñado con la otra cara de la luna. Eso por un lado la tranquilizaba al pensar que no era la única, pero también la llevaba a una profunda desolación pues se hacía más lejana la posibilidad de que algún día se hiciera realidad.
Después de unos meses, cuando la noche ya no llegaba con ese deseo y su descanso se producía bañado con un poco de resignación, inesperadamente soñó con el otro lado de la luna. Por fin. Fue como un fragmento en el tiempo que se hace eterno. Ahí estaba ese paisaje solitario, inerte... Ah, sólo era eso, pensó, pero entonces, bajo ese blanco como un espejo, se vio a si misma. Vio pasar ante sus ojos miedos, vacíos sin luz, desesperanzas, mentiras... y recordó que ya había estado allí en otro momento sólo que en esta ocasión tenía la certeza de que no iba a salir corriendo. Sabía que estaba preparada para mirarse y reconocerse en cada uno de esos reflejos de luna que se hacen claros cuando dejas de hacerles sombra.
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