El fuego aparece sin que una mota de polvo mueva su posición. Entonces, el rostro de lo oculto saca una llamarada mortal de su hiriente guadaña, apunta hacia su cuerpo y se lo lleva envuelto en cenizas. El silencio deja paso al eco que queda tras el tiempo. Y lo vivido, como un imán que se adhiere en el alma, va surgiendo alrededor de la sombra que sólo se percibe.
-Abran paso -dicen los recuerdos.
-Déjame un retal de ti para escribir un futuro incierto -masculla, apenas sin oirse, el latido sordo del corazón.
-No te vayas todavía -encuña la voz-, dame tiempo para acostumbrarme a tu ausencia.
En ese momento, sin saber de dónde, aparecen ondas minúsculas en el aire, pedazos imperceptibles que se cuelan por la mente y forman una imagen, quizás una intuición, que contesta:
-Estaré aquí hasta que me dejes marchar.
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