¿Acaso un suspiro podía cambiar el rumbo de sus pasos? Nera así lo creía y por eso con su incipiente respirar siguió su camino más allá del arroyo que le había visto transformarse en el ser que ahora era. Sus pies desnudos se deslizaban por la hierba y la tierra haciendo del contacto un descubrimiento sensitivo que activaba todo su cuerpo. Aquellas cosas que siempre había deseado hacer estaban al alcance de su deseo. Así pues, tocar lo material con manos de principiante, saltar entre las piedras, matojos, barrancos..., bailar o deslizar el cuerpo ante sonidos nuevos, apretar a correr llevada por impulsos inesperados... cada una de estas acciones llenaba su arca de las bellezas más diminutas y sutiles. El termómetro de su sentir no tenía medida calculable. Nuevas vibraciones la recorrían sin saber el sentido de la corriente. Aún más, sin saber el poso de su raíz. Sólo sabia que iniciaba una nueva vida y se estaba dando toda.
Entonces, como si un maleficio viniera desde lejos a romperlo todo, miró hacia la luz y se hizo transparente. Fue en ese preciso instante cuando comprendió que las aguas de su arroyo no la habían coartado como siempre había creído, sino que la habían protegido de la luz y las tinieblas que hay más allá de los ciclos de la tierra.
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