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dimarts, 13 de desembre del 2011

EL FORMULARIO


Rellenar el formulario podía ser, a simple vista, una tarea fácil: nombre y apellidos, lugar de nacimiento, profesión... pero cuando Inés llegó al apartado de "recuerdos de infancia" todo se le vino abajo. No tenía ni uno en su memoria. Apesadumbrada, dejó caer el bolígrafo de sus dedos y trasladó su mano a la frente para soportar el peso de su vacío. ¿Otra vez con lo mismo? Se decía a si misma mientras una mueca de derrota le asomaba por la cara.

La funcionaria, que estaba repasando papeles al otro lado de la mesa, la ignoraba. Inés se estrujaba los sesos para rescatar algún recuerdo, pero no encontraba ninguno. A lo más que alcanzaba a recordar era a unas imágenes difusas del nacimiento de su primer hijo, y tampoco estaba segura de que aquello no fuera fruto más de su imaginación que de algo vivido.

Sin embargo, no podía perder el tiempo ni la ocasión de presentarse, por fin, a una prueba para desarrollar el trabajo que siempre había deseado: "creadora de  escenarios para vivir historias por un día" y esa era su gran oportunidad. Así que ni corta ni perezosa, hizo alarde de su talento para construir mundos ficticios y empezó por ella misma, por esa retahíla de recuerdos de infancia que necesitaba construir.

Y se imaginó a ella rodeada de una familia extensa y amorosa (¿tres hermanos? Mejor cinco, pensó, un número simpático por la barriguita que saca) donde la abuela materna cocinaba los más sabrosos cocidos y explicaba las historias más increíbles bajo la luz del candil. En esas horas, abrigados por el cobijo de la lumbre, los muertos y los vivos iban y venían de sus palabras haciendo juego con las llamas y ella y sus hermanos escuchaban ensimismados sin que nada más que el relato tuviera presencia en sus vidas. 

También recordó los veranos en la casa de la playa cuando el día se alargaba y la sal se mezclaba con el sabor de las moras o el atardecer decoraba el mar de grises y la barca mecía la hora de la pesca y todo sonaba a susurro. 

Sus recuerdos se detuvieron en el día en que le regalaron a Runi, su gata preferida. Era una bolita blanca que con el tiempo, además de transformar su pelo en una superficie de rayas,  se convirtió en su acompañante más fiel. Su abuelo decía que era el gato más inteligente que había conocido. Y no se equivocaba. Sabía del olor de las personas y de sus movimientos antes de que llegaran a casa y ahí estaba ella, esperándolos, como un perro guardián que da la bienvenida a cualquier hora.

En ese momento detuvo su escritura. Las lágrimas habían empezado a derramar gotas por el papel. Ya era suficiente, pensó. Y dio por acabado el formulario con todas las casillas rellenadas y con la esperanza de que la llamaran para empezar a trabajar cuanto antes.

Se acercó a la funcionaria y entregó toda la documentación: el formulario, su carnet de identificación civil, el de identificación laboral y el de identificación familiar donde se detallaba su residencia hasta la mayoría de edad: "El orfanato de las aldeas verdes para niños en busca de un futuro".

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