Pablo amanece cabeza abajo y eso no le sorpende en absoluto, pero contemplar que su cama está enganchada en el techo, sí. Lo primero que le pasa por la cabeza es que se ha convertido en un escarabajo como Gregor Samsa, pero se tranquiliza enseguida al comprobar que sus manos y sus pies siguen intactos. Lo peor aún está por llegar: al intentar bajar de la cama, toca algo y la pared de la cara norte de su habitación desaparece; en su lugar aparece una selva repleta de animales salvajes y plantas carnívoras. Suerte tiene de que la serpiente no da su largura tanto como para alcanzar su cama y comérselo allí mismo. Está en peligro. Recién ahora lo sabe. Su corazón empieza a latir a toda velocidad y nota como su sangre se apelmaza en algunas partes de su cuerpo. Sin demora, se desplaza por la cama y roza un nuevo punto que debe de estar sincronizado con la otra pared, la del lado sur, porque también desaparece sin más. En su lugar, surge una inmensa duna y arena infinita del desierto más inmenso que alguien haya visto jamás. No tarda en oir los remolinos de la ventisca más salvaje que llena la habitación de polvo en un santiamén. Después de haber perdido toda visión de su alrededor, escucha el cri-cri que hacen los escorpiones al desplazarse. En ese momento coge la sábana y se enrolla con ella hasta quedarse hecho un ovillo en el centro de la cama. Ahí es cuando el suelo desparece y en el fondo divisa un mar revuelto, con olas gigantescas, dispuesto a devorarlo y a llevárselo más allá de los abismos. Aferrado a la cabecera de la cama como si fuera el palo mayor de una embarcación, es testigo del derribo de la pared de la cara este y en su lugar, toma forma una cueva poblada de osos. No se puede creer que todo eso le esté pasando a él, pero no tiene tiempo para averiguar nada, solo reacciona. Aún no ha decidido como escaparse de los osos al mismo tiempo que de las olas o de los escorpiones o de los animales de la selva, cuando la única pared que queda en pie también se volatiliza y en su lugar aparece el fondo de un volcán en erupción. Está a punto de sucumbir en la lava cuando del techo aparecen unas manos que lo cogen y se lo llevan lejos de ese infierno. Esas mismas manos lo dejan sentado en un sofá. Parece que hay un momento de calma. A su lado aparece el dueño: un niño, de apariencia gigante para Pablo, que mantiene la vista fija en una pantalla más gigante aún. De vez en cuando lo mira. Pablo va recuperando la respiración poco a poco. A lo lejos se oyen voces:
_¿Lo ves? Hemos acertado con el regalo de Reyes. Y eso que tú no lo tenías claro
_Sí, estaba equivocada. Seguro que con su Pablo aprenderá a ser responsable, a saber decidir y a crecer teniendo más seguridad en si mismo.
_Es como el Tamagochi de cuando éramos pequeños. ¿Te acuerdas?
_Es verdad. Que coincidencia: a mi también me lo regalaron mis abuelos.
_Y a mi. Sólo que me tuvieron que regalar tres en total. Siempre se me morían.
_Esperemos que el Pablo le dure un poco más.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada