Hubo una vez, hace mucho tiempo, un niño chico que un día se despertó sin voz. Pero eso no lo supo en el mismo instante que abrió los ojos porque normalmente no nos decimos buenos días a nosotros mismos; cumplimos nuestro ritual diario en silencio. Fue al saludar a su madre y a su hermana, que se encontraban en la concina de casa desayunando, cuando Tanis , que así se llamaba el niño chico, se quedó sorprendido de su propio silencio. Lo volvió a intentar poniendo un poco más de ahínco, pero no le salió nada más que un poco de saliva y un sonido sordo que le pareció como si viniera de los más hondo de una cueva.
Mientras que para las personas mayores aquello no era más que una simple afonía, Tanis estaba convencido que algún ser misterioso había aprovechado que estaba dormido para colarse por su garganta y robarle su voz. Pero nadie le hacía caso. Se reían de sus figuraciones. Así que Tanis no tuvo más remedio que ir él solo en busca de su voz.
No era fácil emprender una aventura así porque una voz no se encuentra así como así. Es diferente un diente que lo ves, pero una voz... qué forma tiene la voz, se preguntaba Tanis mientras recogía lo imprescindible y lo colocaba dentro de su mochila.
A pesar de no haber obtenido ninguna respuesta, salió de casa y puso rumbo hacia el bosque porque siempre había oído decir que es el lugar donde se guardan los secretos. Así que, con un poco de suerte podría encontrar su voz esa misma noche.
Con lo que no contaba era con la sensación de miedo que podía provocarle el bosque parado de noche. Que diferente era de día, cuando iba a jugar con sus amigos y se escondían detrás de cualquier mata sin que le produjera el escalofrío que le daba ahora tan siquiera con rozarla. Por suerte apareció ante él un cárabo, que son de la familia de las lechuzas y más inteligentes si cabe y le preguntó con los ojos bien abiertos, que es como los llevan siempre los cárabos que qué hacía por esos caminos y de noche. Como Tanis no podía hablar, se las ingenió con gestos para hacerle saber que buscaba su voz y como el cárabo era muy listo en seguida supo lo que le pasaba y con suma delicadez le hizo saber que en ese bosque no iba a encontrar nada. Que las voces como la suya buscan lugares más abiertos para esconderse porque una voz necesita confiar para encontrarse. Así que le dijo que buscara en la montaña. Seguro que ahí la iba a encontrar.
Tanis agradeció con un gesto al cárabo todo lo que había hecho por él y se adentró en el bosque con el aliento entrecortado y con los pies que corrían para qué os quiero del miedo que sentía por todos los poros de su piel. Su inquietud era tanta que no se acordó que tenía sueño y siguió, siguió y siguió hasta llegar a un claro en donde se veía el sendero que subía por toda la montaña. Y por allí tomó su nuevo camino.
Pero el trazo pronto se desdibujó y Tanis no sabía hacia donde tenía que ir. En medio de todo aquel laberinto de piedras, matojos, bajadas y subidas era tan fácil perderse... Entonces salió a su encuentro un unicornio. A pesar de que nunca había visto un ser como ese, no se sorprendió. Le dejó acercarse y ante su gesto amable, intentó volver a explicar el cometido de su aventura. Fue ahí que el unicornio fregó su cuerno y le dio un poco de polvo mezclado con agua de lluvia para que se lo tomara mientras le decía algo así como que sin ese polvo nunca encontraría su voz, que le daría fuerzas para atreverse a encontrarla. Tanis hizo lo que le sugería y a continuació le indicó el camino correcto para seguir con su búsqueda.
Llegó a la cima de la montaña y le fascinó ver como podía ver todas las cumbres a su alrededor formando un círculo perfecto. Seguro que ahí encontraría su voz, pensó. Justo en ese momento, vio un águila real, comiendo los restos de algún animal. Tanis no sabía qué hacer, pero fue el águila quien con solo oírlo dejó todo y se fue a su lado preguntándole qué hacía allí. Tanis intentó explicarlo de la manera más rápida posible. El águila le indicó que su voz no estaba en las montaña, que debía subir más allá, al cielo, que es donde estás las cosas más bellas. Tanis miraba hacia arriba con desánimo, pero el águila en seguida lo subió a su lomo y echó a volar. Ver el mundo desde arriba le pareció que era lo más sublime que debía existir en el mundo. Al aterrizar en una nube, el águila le dio una pluma como símbolo de ligereza, algo imprescindible, le dijo, para encontrar tu voz. Y se fue. Y Tanis no sabía qué hacía él en medio del cielo, con una pluma en la mano...
No había pasado ni un segundo que apareció un dragón. Cuando Tanis volvió a abrir los ojos, en el primer momento de verlo los había cerrado por completo, este le preguntó qué hacía allí. Cuando Tanis le respondió mediante gestos, el dragón le hizo saber que en el cielo no iba a encontrar su voz porque la voz necesita un lugar profundo donde reinar y eso lo iba a encontrar en el fondo del mar. Así que de nuevo Tanis se vio en el lomo de un animal, volando hacia el mar. Antes de adentrarse en las aguas azules, el dragón paró en una roca y le dio una llamarada de su fuego, imprescindible la fuerza del fuego para encontrar tu voz, le dijo. Y se fue. Y Tanis que no sabía qué hacer para meterse en el agua, con la boca con gusto a cenizas, miro hacia las olas y vio una sirena que le sonreía.
Tanis había oído hablar del canto de las sirenas y pensó que quizás ellas sabrían algo de dónde encontrar su voz, pero aquella sirena parecía que solo tenía ganas de jugar, así que le estiró de un brazo y lo capuzó sin más llevándoselo bien adentro. Tanis no comprendía que estaba pasando, pero un miedo terrible se le metió en la garganta y no podía resistirlo. Mientras aquella sirena no paraba de reirse al mismo tiempo que no le dejaba el brazo, él hacía un repaso de todo lo que le había pasado y no entendía nada. Para qué había salido de su casa. Hubiera sido mejor quedarse mudo para siempre, pero tranquilo y seguro, a buen recaudo. Tampoco no le había servido de nada su búsqueda: había encontrado un cárabo que le había dicho que confiara en él. Después un unicornio que le había hecho tomarse un brevaje para atreverse. A qué, se preguntaba en medio de tanta confusión. Y seguía recordando: después me he encontrado un águila que me ha dado una pluma para ser ligero. Y el dragón me ha dado su fuego para ser fuerte... Y esta sirena que no para de jugar...
El miedo subía peldaños en la escala de Tanis, pero cuando estaba a punto de desmayarse, vio todos los animales juntos y sus regalos. Entonces entendió. Entendió que para encontrar su voz debía de calmarse y confiar en él y atreverse y ser ligero y ser fuerte y... jugar, reir... Y eso es lo que hizo.
En ese momento un eco paró el movimiento de las olas y el rumbo de los peces. De los pulmones de Tanis salió un estallido sonoro: su voz. Y él surgió de los mares como un meteorito en busca de su rumbo y regresó a su casa. y se encontró a su madre y a su hermana y las saludó y su voz sonó a azufre y a hierbabuena y a canela y a sal y se hizo sonora y presente hasta el fin de sus días.
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