Un día y otro y otro más estaba el camaleón apoyadito en su roca, sin hacer nada más que estirando la lengua para comerse un mosquito tras otro cuando pensó:
-Qué asco de vida. Siempre haciendo lo mismo.
Las casualidades hicieron que pasara por allí justo una bruja buscando algún potingue para su pócima de turno y cuando escuchó la queja del camaleón, le dio un coraje terrible. ¿Qué era eso de mostrar tan poco agradecimiento a la vida? Así que ni corta ni perezosa lo convirtió en humano.
-Te vas a enterar ahora de lo que es tener que hacer siempre lo mismo, majete.
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