Volvió a su barrio después de muchos años de ausencia convencida de que sería un reencuentro entrañable como acostumbra a pasar en estos casos. Desde el momento en que supo de su regreso, se había dado permiso para que así fuera mirando fotografías, releyendo notas, cartas y postales de un montón de amigos ya olvidados.
Cuántos silencios.
Estaba preparada.
Se pasó todo el viaje construyendo nuevos sueños, pero el paisaje con el que se encontró no la esperaba. Sintió que nada le pertenecía: ni el asfaltado de las calles, ni los ruidos que emitían, ni las puertas de las casas ni los seres que las habitaban... Ningún recoveco de su memoria tenía nada que ver con lo que contemplaban sus ojos.
Indiferente a todo lo que le asistía, detuvo las lágrimas, deshizo el trayecto de regreso hacia su casa y por el camino recogió los pedazos de añoranza desperdigados.
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